domingo, 18 de enero de 2009

el camino de la fe


Habiendo entrado, a las cinco y diez de la mañana, en una
capilla del barrio Latino en busca de un amigo, salí a las cinco
y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra.

Habiendo entrado allí escéptico y ateo de extrema izquierda,
y aún más que escéptico y todavía más que ateo, indiferente y
ocupado en cosas muy distintas a un Dios que ni siquiera tenía
intención de negar -hasta tal punto me parecía pasado, desde
hacía mucho tiempo, a la cuenta de pérdidas y ganancias de la
inquietud y de la ignorancia humanas-, volví a salir, algunos mi-
nutos más tarde, "católico, apostólico, romano", llevado, alza-
do, recogido, y arrollado por la ola de una alegría inagotable.


Al entrar tenía veinte años. Al salir, era un niño, listo para el
bautismo y que miraba en torno a sí, con los ojos desorbitados,
ese cielo habitado, esa ciudad que no se sabía suspendida en
los aires, esos seres a pleno sol que parecían caminar en la os-
curidad, sin ver el inmenso desgarrón que acababa de hacerse
en el toldo del mundo. Mis sentimientos, mis paisajes interiores,
las construcciones intelectuales en las que me había repantiga-
do, ya no existían; mis propias costumbres habían desapareci-
do y mis gustos estaban cambiados.

No me oculto lo que una conversión de esta clase, por su
carácter improvisado, puede tener de chocante, e incluso de
inadmisible, para los espíritus contemporáneos que prefieren los
encaminamientos intelectuales a los flechazos místicos y que
aprecian cada vez menos las intervenciones de lo divino en la
vida cotidiana. Sin embargo, por deseoso que esté de alinear-
me con el espíritu de mi tiempo, no puedo sugerir los hitos de
una elaboración lenta donde ha habido brusca transformación;
no puedo dar las razones psicológicas, inmediatas o lejanas, de
esa mutación, porque esas razones no existen; me es imposible
describir la senda que me ha conducido a la fe, porque me en-
contraba en cualquier otro camino pensaba en cualquier otra
cosa cuando caí en una especie de emboscada. Nada me
preparaba a lo que me ha sucedido: también la caridad divina
tiene sus actos gratuitos.

(A. Frossard, Dios existe. Yo lo he encontrado, Rialp, Madrid
2001)